Hacía algún
tiempo que no me sentaba delante del televisor para presenciar un espectáculo
taurino. Este estaba siendo anunciado a bombo y platillo desde hacía bastante,
se preveía que la diversión estaría asegurada, si bien, los trofeos que podrían
cosechar los “maestros”, no parecían que fueran a ser muy en consonancia con
las expectativas y con las ganas que tenía el público en general de que aquello
terminara en puerta grande.
La plaza hasta
la bandera, desde el tendido bajo a las andanadas, incluso el callejón tenía
todos los burladeros ocupados.
El cartel, en
esta ocasión, lo componían cuatro espadas; uno de ellos se exponía a tomar la
alternativa, “Pedrito de Tetuán”; el que oficiaba de padrino y pasaría los
trastes era “Callaíto de la Moncloa”; serían testigos de la ceremonia Pablo
Manuel “Moraito” y Alberto Rivera “Riverita”.
Como
corresponde en estos casos el primero en intervenir fue el “toricantano”,
Pedrito de Tetuán; la faena como se esperaba, si bien se notaba que estaba más
por utilizar la derecha y en redondos que irse por la izquierda con naturales,
aunque intentó hacer su trasteo tocando todos los terrenos no consiguió que los
tendidos de sol, más dedicados a la música y al alboroto, le dedicaran ni un
solo aplauso, y eso que intentaba arrimarse, pero el terno quedó impoluto a la
espera de la confirmación de la alternativa.
Quien hacía
las veces de padrino, “Callaíto de la Moncloa”, aun siendo a la fuerza, salió
al ruedo con la intención de hacer una faena de aliño y aunque su cuadrilla
estaba al completo se notaba que estaba necesitando un último empujón para
dejar paso a su sobresaliente. La faena estuvo plagada de pases de castigo con
algún que otro desplante, se notaba que las últimas temporadas habían hecho
mella en su estilo y que había abusado de los burladeros y del tancredismo.
El público
esperaba la intervención del tercer interviniente, Pablo Manuel “Moraito”,
estaba expectante con lo que pudiera ofrecer en su repertorio, si bien se preveía
que intentara meter en el burladero al “toricantano” y obligarlo a saludar con
él montera en mano. Vestía de corto, forma poco usual para ser su puesta de
largo. Su faena, más que de conocimiento del arte de Cuchares, fue una
demostración de puyazos y puestas en práctica de cómo poner banderillas en
todos los terrenos, consiguió poner en pie a sus admiradores y que le pitaran
los del tendido de enfrente.
El cuarto de
los maestros en saltar al ruedo, aunque bisoño en la plaza, se le notó desde un
principio que su intención era ayudar a quien se había arriesgado a tomar la
alternativa, incluso haciendo con él algún que otro pase “al alimón” cuando le
invitó a hacer un quite, dio un par de restregones y apretó contra la barrera a
los de su suerte natural; procuró con buen aseo tanto con el capote como con la
franela arrimar el toro a sus terrenos, sabiendo de antemano que corría el
riesgo de quedarse con el estaquillador en la mano, como así fue.
Saltaron al
ruedo otros sobresalientes y miembros de cuadrillas que se limitaron a hacer
público lo aprendido en sus escuelas taurinas, incluso alguno se llevo trofeo
en forma pico; mucho trasteo por bajo pero sin riesgo, solo se apreciaba el querer arrimar el toro a las tablas con intención de
hacer doblegar al morlaco.
Los maestros
abandonaron la plaza por la puerta de cuadrilla, cada uno de ellos acompañado
por estas.
El Presidente
bien, aunque en algún momento de la lidia tuvo que sacar algún pañuelo rojo
para poner banderillas de castigo y al final terminó sacando el verde para
devolver el toro a los corrales y emplazar en pocas horas a los mismo en el
mismo coso para intentar terminar la faena y dar el espectáculo por concluido.
Se espera nuevamente que cuelguen el cartel de: “no hay billetes”.
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