Como se
preveía, la segunda de abono para confirmar alternativa, acabó como empezó, ni un solo trofeo en las
espuertas, que en esta ocasión no apareció, la espuerta, ni para repintar las
líneas de los tercios con cal blanca.
Lo que
hubo fue una transfiguración y el coso taurino se convirtió en corral de
comedias a modo de aquellos del siglo de oro español.
Como en
el espectáculo anterior se agotaron las localidades, la platea abarrotada, las
galerías intermedias al completo y el gallinero, que algunos despreciaron, con
sus invitados preparados para el divertimento. La obra a representar “El
alcalde de Zalamea”.
El
primero en aparecer en la escena Pedro, el Pedro Crespo, aquel al que Calderón
de la Barca le diera el papel de alcalde de Zalamea y lo convirtiera en protagonista y personaje
principal de la representación, el más importante. Su papel consistía en
representa la obra dramática en cuestión, esa obra que se encuentra en
conflicto y en la que el intérprete siempre trataba de buscar la solución del problema
de buena manera. El personaje quería que el público se identificara con su
papel e intentaba ponerlos a todos, por lo menos a la mayoría, de su lado. Como
sabemos “La vida es sueño” que escribiría en otra ocasión el sacerdote madrileño.
El
segundo en entrar en escena por orden de aparición fue Rebolledo.
Rebolledo
es el personaje encargado de poner el toque cómico a la obra, tirando de la
socarronería y queriendo aparentar gracioso cuando en verdad, a medida que su
intervención se alargaba, esta se convertía en tragedia épica; entre sus
objetivos estaba el del enaltecimiento de la soldadesca y querer justificar su
papel en la representación como elemento principal, cuando el Rey le había
dado la posibilidad de ser el protagonista y el hizo “mutis por el foro”.
Sin
descanso para entremeses apareció Don Álvaro de Ataide.
El tal
Álvaro es el capitán de parte de las tropas de Lope de Figueroa (militar que se aloja en
casa de Pedro Crespo).
Este personaje es quien en la obra calderoniana rapta,
viola y abandona en el campo a Isabel (hija de Pedro Crespo). En esta nuestra
representación a Don Álvaro le PODEMOS dar el papel de representar la soberbia
y la ambición, lo que le lleva a cometer un acto cruel, desvergonzado y brutal.
Incluso cuando Pedro Crespo es nombrado alcalde del pueblo intenta que page su
pecado, y convencerle de que se case con su hija para arreglar el asunto;
nuestro personaje tal cual aquel, se niega por parecerle humillante casarse con
una villana, y sobre todo porque no le teme al castigo y cree encontrarse en
poder de la única verdad. Previsible es que el destino, por la arrogancia y los
desmanes cometidos, no lo quede sin castigo. Aunque en una parte de su
representación cambió el papel de Lope de Figueroa por el de Celestina, aquella
que en la obra de Fernando de Rojas hace el papel de trotaconventos ofreciendo
su tálamo a Calisto y Melibea.
Un
personaje que en la obra original no parece tener mucha relevancia es Don Mendo,
en aquella se limita a ser pretendiente de Isabel, hija de Pedro Crespo,
representando el papel de hidalgo noble y que con un trato cortes y educado
quiere entrar a formar parte de la familia del alcalde; en este nuestro caso si
adquiere relevancia al representar el papel de quien pone de su parte todo lo
posible para que el drama no se convierta en epopeya. Esperemos, que igual que
en la obra desaparece su importancia a medida que esta avanza, y las cuestiones
se van tornando serias; en este nuestro caso, aunque solo sea por las ganas y
las composturas, cuando se baje el telón salga a saludar entre los actores del
reparto. ¡Uy!, aquí me ha traicionado las ganas de solución sobre los
sentimientos.
Algún
que otro actor secundario también sale a escena y aparece entre bambalinas
sobre el escenario; algún criado, el hijo de Pedro Crespo con su arrogancia por
la juventud, el escribiente, los soldados con sus algarabías preconcebidas…,
incluso en la vida real (Parlamento) parece haber un déficit de representación
de mujeres igual al de la obra, aunque alguna “Chispa” con su toque socarrón y
particular también se subió al entarimado.
Al
final tuvo que aparecer Patxi Lope de Figueroa, en su papel de venerable
conciliador, para poner un poco de orden entre los intervinientes ya que la
soldadesca estaba empezando a tirar los chambergos al aire y sacando los pies
de las alforjas, a lo que remedando a José Zorrilla por boca de su personaje
Don Juan Tenorio, el más popular de los personajes del Romanticismo, verbalizó
aquello de: “¡cúal gritan esos malditos! ¡Pero mal rayo me parta si en
concluyendo esta carta no pagan caros sus gritos! Y se bajó el telón.
La cosa
queda en que el Rey Don Felipe II (que casualidad ni que lo hubiera yo hecho a
propósito) sea al final el que por su autoridad maneje las tramoyas y ¡a otra
cosa mariposa!
Teniendo
este pendolista entre sus orgullos el de ser natural del lugar en el que se
rodó, hace algún tiempo ya, el alcalde de Zalamea dirigido por Mario Camus y
donde tenemos unos de los pocos corrales de comedias a imitación de los del
siglo de oro, solo me queda terminar con la consabida frase, que aunque parezca
escatológica, en el teatro parece ser que es augurio de buena suerte:
“Mucha
mierda”.
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