El porqué de Poste Cabildo

El Poste Cabildo es un pilar que sustenta dos arcos porticados de la Plaza de Garrovillas de Alconétar. En tiempos fue lugar donde se reunían los muchos clérigos de la villa para tomar decisiones. Algún tiempo después sostenía las espaldas de los jornaleros que esperaban el dedo apuntador para conseguir un jornal. Yo quiero que este Poste sea lugar para mis reflexiones, compartidas o no, e invitaros a criticarlas.


miércoles, 3 de febrero de 2016

Cultura con chador

En una de mis últimas monsergas levantaba mi voz, perdón el “chas-chas” del teclado, contra lo que a mí me parecía como poco una bagatela, que por aquello de querer ser políticamente correcto se estaba cayendo en una excesiva ñoñería, -aquí podría haber utilizado otro adjetivo, pero pongo ñoñería para reivindicar la ñ- y queriendo no ofender a unos cuantos se agravia y se desvirtúa lo que hasta no hace mucho era de general complacencia y aprobación; me estoy refiriendo a los cambios de títulos de cuadros y obras de artes en Museos en las que aparecen palabras que determinan la condición de las personas, y que sus autores, en aquel momento, titularon sus obras así, en función del momento y de lo que ellos veían, expuesta aquella mi queja, y mi parecer, lo dejo y paso a continuación a largaros otra cháchara sobre asunto análogo.   


Estos días atrás visitaba Italia el Presidente iraní Hasan Rohani. En principio la visita tenía un carácter puramente economicista, no en vano se llegó a un acuerdo en contratos de 17.000 millones de euro en inversión, para agasajar tal derroche al mandatario persa se le ofrecía una visita cultural a los Museos Capitalinos y evidentemente la correspondiente comida de honor y protocolo.

El primer ministro italiano, Matteo Renzi, más ancho que largo, la cosa no era para menos, estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de complacer a su “invitado” y darle gusto. Así que emitió las órdenes pertinentes para que aquellas obras de artes que mostraran partes pudendas y pudieran molestar a los invitados en su paseo por el patrimonio y la cultura romana, fueran ocultadas para evitar un no sé qué, que yo tampoco sé explicar.

Pues diré una cosa, mayor agravio que se le ha hecho al pueblo italiano, a su historia, a su cultura, y al arte en general no cabe. Pero la ocasión la pintaban calva.

En la correspondiente cena oficial también como cortesía no se sirvió ni vino ni ninguna otra bebida alcohólica; y todo ello por unos cuantos milloncejos de euros.

Me pregunto: ¿en algún momento de la visita se hablaría de la pérdida de derechos humanos en otros países? ¿O de aquellos que aún tienen vigente la pena de muerte? Me contesto yo solo: ¡me parece que no!

Para terminar con este escabroso pero rentable asunto, permitirme una anécdota particular. Siendo este vuestro pendolista responsable de Formación en una organización sindical a nivel regional, y a la vista del incremento de población extranjera en una localidad del norte de la Provincia de Cáceres, intenté montar cursos de castellano para aquellos que se habían asentado masivamente al pairo de trabajo agrícola, después de algunas reuniones con sus líderes y representantes me propusieron que en lugar de ellos aprender nuestra lengua se les enseñara a los nativos de la localidad su idioma; a eso se le llama endoculturación, así que cogí mis bártulos y los dejé al libre albedrío.

Cambio de tercio y no por ello menos espinoso, leo: “un menor agrede a sus padres por no comprarle un móvil”. 
En principio me resultó, como mínimo, alarmante; el muchacho de 16 años, furioso, al no conseguir su teléfono destrozó parte de los enseres de la casa. Una vez entrado en harina y analizando la situación general, uno puede llegar a plantearse si al joven en cuestión no le pasa lo mismo que a otros nos pasaba cuando no podíamos optar a tener una bicicleta nueva, un balón de reglamento o cualquier otro juguete que hiciera furor por nuestra época. ¿Se puede entender como un caso aislado y particular? Yo no me atrevo a tal aseveración; puede ser un cúmulo de circunstancias, la pérdida de valores y respeto, el estar acostumbrado a pedir y conseguir, el tener dependencia de la pantalla (sufrir nomofobia)… Luego está la parte más social, aquella que los adolescentes utilizan y que con ella hacen chantaje emocional haciendo ver a sus padres que el móvil es un elemento de seguridad en muchos casos, que el no tenerlo es un símbolo de pobreza tecnológica, incluso la autoculpabilidad que genera en los padres al no poder acceder a la petición…; no es fácil, lo reconozco, no me encuentro en esa circunstancias por cuestión generacional, pero en un escalafón más bajo lo veo casi a diario, el exceso de dependencia de las tecnología en edades en las que debería ser un recurso puramente educativo y nunca de recreo, pero ¿quién de los que usamos estos endiablados avances se atreve a hacer una dieta de adelgazamiento tecnológico y estar durante un mes sin ver una pantalla y un teclado?, lo reconozco, ¡yo, no! Hubo una época en que los libros se quemaban o eran escondidos en monasterios para que el vulgo no pudiera acceder a ellos, tengo en el asunto el corazón “partío”. 

De lo penúltimo que se está imponiendo por aquello de acaparar y guardar información y que yo llamo “síndrome de Diógenes de datos” es el uso de la nube, yo también lo padezco.

Como hoy no he hablado de política y de posibles pactos y gobierno, terminaré con una pregunta/reflexión: ¿no padecerán también nuestros políticos el Síndrome de Diógenes de datos y estarán todos en la nube? ¡Bajen por favor, los estamos esperando!

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